"Siempre es un alivio que mis personajes puedan darse el lujo de enloquecer por mí"
(Javier Miranda-Luque)

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ADVERTENCIA PARA LECTORES DESPREVENIDOS:
esto es un portal de NARRATIVA, integrado por un conjunto de relatos que se van agregando sin periodicidad alguna.

En la columna izquierda dispones de un ÍNDICE que te permite acceder a cada texto específico.

BÚHOS

“Con regocijo propio de un avaro”
(Susan Vreeland. La joven de azul jacinto).

El Metro colapsó pero no para nosotros. Mi familia vive de sus bolsillos desde que se aperturó en 1983. Cuando nos copeyanizaba el gordo Campins. Luis Herrera traga esto. Mismo año de la inauguración del Teresa Carreño. Y el viernes negro, un 18 de febrero, donde el bolívar empezó a valer menos. Te saco los números: trescientos por ciento. De la devaluación ya nadie se da cuenta. Empepadita por el petróleo, aterrizó cual musiúa impertinente. Se nacionalizó disfrazada de hidrocarburo. Vive invisible entre nosotros. Devaluados estamos todos. Mirando al piso por si se cae el cielo. Para desvalijarlo y revenderlo. Amarga será tu madre.

Aquí abajo, hace siglos que la gente dejó de ser buena conducta. Antes hablaban pasito, no corrían ni empujaban, guardaban la basura en sus bolsillos. A lo mejor piensan que, bajo tierra, dios no puede verlos. ¿Será por eso que se muere tanta gente? ¿Para dejar de ser espiados hasta en el recreo? Porque me imagino que dios no entra al baño. Táima, pues, diosito, mira que tengo retortijones. Así que coge consejo y quédate en la puerta, oliendo pa’ otro lado. Con razón no hay baños en el Metro. Cámaras de vigilancia, sí. Plantadas por todas partes. Pero te observan en unas pantallitas balurdas en blanco y negro. Televisor el mío de mi cuarto. Pantalla plana gigante y sonido de cine del Sambil aunque me falta el aire acondicionado. El ventilador nunca es igual. Cotufas de microonda y mi pepsi de dos litros directo de la nevera full escarcha.

Vista en esas camaritas peorras ni tu mamá te reconoce. A mí intentaron involucrarme una vez en Plaza Venezuela. Me enseñaban una grabación y me repetían que esa era yo. ¿Yo? Estatua de museo. Tiesa. Pálida. Muda. Estupefacta. Nada de llorar como en las telenovelas. En todo caso, miss indiferencia. No pudieron probarme nada. La billetera del señorón arrugado iba ya por Caño Amarillo a cargo de la vieja Noelia.

—Noéliaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah –le cantábamos, burlándonos de su nombre, por culpa de Nino Bravo con aquel vozarrón que se pegaba: Noéliaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah.

Claro que ya no trabajo en Plaza Venezuela. Ni en Colegio de Ingenieros. Ni en Sabana Grande.

—Ese es tu triángulo de las bermudas –se ríe Josefa– donde se pierden barcos, aviones, relojes y carteras.

Aquí abajo, la estación más dura es Capitolio. Al túnel de interconexión lo llamamos el maratón. Los varones de mi familia arrebatan y vuelan. Es una carrera de relevo donde se pasan propiedades ajenas. De mano en mano y bajo la falda de la prima Doris. Alcancía gorda como carpa de circo. Prefiero Palo Verde en horas pico. Confundiéndome entre pasajeros que salen pisoteando la raya amarilla y “entren que caben cien”, cantaba Héctor Lavoe, “cincuenta parao(sic), 50 de pie; oye, Ruperto, que paren la puerta; oye, que caben, que caben bien”.

La línea de la UCV-La Bandera ni lava ni presta la batea. Son usuarios demasiado pelabolas. Igual que Bellas Artes sembrada de bailarinas pasahambre y poetas comeflor. Para quien quiera tener libros sin pisar una biblioteca está bien. Pero mis vecinos nunca leen y en mi casa nadie practica ballet.

El botín más sabroso ha sido una laptop nuevecita, virguita en su empaque y con manual de instrucciones en cualquier idioma menos el nuestro. Mis primos podrían montar una oficina de objetos perdidos. Casi una tienda por departamentos como la Síars aquella donde hay ahora un banco que parece un Titanic. Ballena podrida de cristales verdes, ladrillos rojos y costillas de hierro desnudas al aire.

Clonífero de Chacaíto nos compra las tarjetas maestras, de crédito y débito. Al tecnopana de la Nueva Granada le vendemos los áipods, blakbérris, celulares, díxcmans, emepetrés & emepécuatros, pendráifs, záiberchots y me quedé sin saldo en el abecedario.

Ya nadie de los míos roba paraguas, bufandas, ni joyería mayormente falsa. A esa gente, en su lenguaje disfrazado, los vigilantes del Metro les dicen cuervos. Nosotros somos los búhos del zoológico enterrado bajo capas de concreto.

Ella cede a la insistencia de Efraín, Víctor, Héctor. Cada lunes, a media mañana, el camión blindado recolecta el efectivo de las casetas de atención al usuario. Un promedio de ocho bolsas de lona reforzada contentivas –cada una– de veinticinco kilogramos de billetes de mediana y alta denominación. Los billetes bajos y las monedas de las máquinas expendedoras de boletos se reciclan internamente, atareando a los contadores asalariados del Metro. Armamento de fogueo y balas de salva atavían el arsenal delictivo.

Berrinche cromático de propaganda detergente, el revólver del guardián verbigracia la hemorragia sobre el blanco de su blusa adquirida en Quinta Crespo. La escalera mecánica –engranajes sucesivos de lentitud incesante– ladea intermitente su cabeza. Break dance mudo de facciones intactas.

ESPERPENTO DE GOYA EN CARACAS
titula –a ocho columnas y 39 puntos tipográficos– el vespertino tabloide de vanguardia. Foto full color con cascada de sangre texturizada (detalle en close up extremo) sobre los pliegues metálicos de los peldaños. Reportaje desplegado en páginas centrales. Retratos hablados de los tres fugitivos. Cifrado en cientos de millones el monto del asalto. Entrevistas a los transeúntes. Primer incidente delictivo en casi treinta años de operaciones. Destituido jefe de seguridad interna. Suplemento monográfico, en edición nacional, circulará el próximo domingo. Colapso sobre rieles. Demandada empresa del camión blindado. Exceso de pasajeros y falta de planificación atentan contra el funcionamiento del sistema de transporte masivo más moderno de Iberoamérica. Destapada accidentalmente la olla de la delincuencia infraurbana. “En las catacumbas romanas viviríamos más seguros” declara portavoz de la conferencia pontificia. Airadas protestas de los usuarios bloquean bocas de acceso de los trenes intestinos. Destrozadas paradas de Metrobuses. Descubierto profundo déficit en las entrañas financieras del monstruo de los mil vagones repletos de sardinas en lata en aceite de colesterol y triglicéridos requetemalos. Huelga de trabajadores por discusión de nuevo contrato colectivo se suma a la crisis. La ciudad capital, plagada de trenes paralíticos, retrocede a los tiempos de la colonia. “Caracas sin Metro apesta” gritan universitarios. Aumento del pasaje ya exigen choferes de taxis, autobuses y camionetitas, por su puesto. Ausentismo laboral y estudiantil histórico supera el promedio de ceremonias inaugurales de olimpiadas y mundiales de fútbol.


Cuenta mi madre que mi papá estudiaba para ser profesor de lenguaje. Mi hermano se llama Hipérbaton. Mi hermana, Zeugma. Cuando yo nací, mi viejo ya había muerto. Creo que por eso mi nombre quedó defectuoso. NÍRICA OROZCO dice mi lápida de cemento.

Aquí abajo, las topas Sultana y Avileña continúan abriendo túneles entre lianas de intercable. Ya ha perdido la cuenta, pero Nírica teme que –tras un cuarto de siglo– los traqueteos de los trenes lleguen hasta ella interrumpiendo su insomnia involuntaria. Níricus interruptus de bella durmiente con pesadillas ortográficas. Omisión de la cuarta vocal –al principio de su nombre– que la priva de la cuota inicial de su rúbrica.

Aquí abajo, rotundamente difunta, la señorita Orozco –que la baile, que la baile– extraña las canciones del discman que coreografiaban sus malabares de extracción grácil. Lucro cesante sin pensión de sobreviviente para progenitora y hermanos. Dolientes que evitan la estación infortunio, maldicen los empleados del servicio de limpieza, hedionda a cloro que destiñe la sangre.

Aquí abajo, la música es pésima. Diyéis demodados demonizan el ritmo. Degeneran el techno. Hip hop exento del bass cardíaco que incendiaba las noches del cerro. Y Caracas a sus pies. Perra dormida. Huesuda. Pero sin amo.

Aquí abajo, perra sin dixcman, me desespero.


Aquí abajo, el imán de la gravedad continúa succionándola. Hondo, Newton la reclama. Tembloroso, Richter la sacude. Cauto cautivo cautivado por combustibles fósiles que encuentra –oh, Nírica telúrica– pronuncia su padre enterrado.


Aquí
el
imán
de
la
gravedad
continúa
empujándola
hacia
abajo

2 comentarios:

  1. Una vez más, quedé prendido del relato hasta el fin. Con la lectura no me pasa como con las películas, que aunque sean malas, me quedo hasta el final. Me cuesta pasar del primer párrafo si no me atrapa allí, y a los libros, les doy hasta un par de páginas para hacer el milagro. Esta fue la frase que me atrapó para seguir hasta el fin: "Devaluados estamos todos. Mirando al piso por si se cae el cielo. Para desvalijarlo y revenderlo. Amarga será tu madre."

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  2. Nyx: pues gracias por tu lectura y generoso comentario.

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