"Siempre es un alivio que mis personajes puedan darse el lujo de enloquecer por mí"
(Javier Miranda-Luque)

VÍDEO-TRÁILER

ADVERTENCIA PARA LECTORES DESPREVENIDOS:
esto es un portal de NARRATIVA, integrado por un conjunto de relatos que se van agregando sin periodicidad alguna.

En la columna izquierda dispones de un ÍNDICE que te permite acceder a cada texto específico.

EL CORAZÓN ES UNA MALA METÁFORA: versión con intertítulos

“Ficción omnia vincit”
(parafraseando los latinazgos que mi profesora de latín recalcitraba cursiva)

Zapatero es mi héroe

León Fuentes & Héctor Melillo
tienen el agrado de invitar a Usted
al acto de su
Boda
que se efectuará el miércoles 6 de junio de 2006
a las once horas
en el Ayuntamiento de Madrid.

Marico viejo, sí, aunque felicísimo sobretodo. Gracias al gobierno pesoísta de José Luis Rodríguez Zapatero (¡mi Zapathéroe!), Héctor y yo nos casamos “el día de la bestia” (6 del 6 del 6), esperando el diluvio en Madrid, a ver si Noé nos recogía en su arca y nos llevaba de crucero gay por las islas griegas, donde todo este cogeculo almodoviano comenzó (¿o fue en Sodoma que fumando espérote, vida mía?). Chaparrón del que, como el parte meteorológico decía, no amenazaba pero ni un triste nubarrón aguafiestas que nos mojara las ganas de arrejuntarnos oficialmente y celebrar. Vigorizados por caldos de Rioja, arroces con gambas y vodkas que trasparentaban el consumo sostenido de viagra, el jaleo se alargó desde el mediodía del 6 hasta la inconciencia del 9. Numerología lasciva que cardo ni oruga cultivo, cultivo una rosa blanca. Perdóname el no-sé-cuán-casílabo, Martí. De tan jamón ibérico me pretendo, que se me salió el cubano que rima, se arrima a tus versos sencillos, en junio como en enero, para el amigo sincero que me da su polla franca. Mala mezcla, José, yo lo sé, el ser maricón y de La Habana (¡coñó, me salió un título de Sartre, existencialismo made in El Vedado, frente al cementerio, perpendicular al Jalisco Park).

—El ser (maricón) y La’vana –balbuceo infantecabreado, lanzándome otro cadáver exquisito sobre mi espalda.

—Peor mezcla –ripostará desde su tumba (tum-tum-bah-bah / tum-tum-bah-bah, ¡cosongo!) el prócer que golpe a golpe versificaba– es haber nacido en Cuba, maquillar a las misseszuelas y amancebarte borracho en tu madre que malhaya te patria.

—La que te parió, demagogo versiculero, y te remedo: con los pobres de la tierra quiero yo un polvo echar. A ver, apéate ya de tu edad de oro, paradísate de Lezama Lima, fíjate en Carpentier, léete a Zoé Valdés e imprégnate de esa escatolexia tan sonora y rubicunda que nos es propia en todas partes, sin importar un carajo cuántas otras nacionalidades o banderas nos echemos encima. Los cubanos somos un archipiélago con leyes tectónicas propias. Nuestros deportes nacionales son el béisbol y el jueguecito oral. Letras que son un puzzle. Verbos que nos disparan. Sujetos que sodomizan al predicado. Palabras bayamesas donde ficcionar a la patria es vivir. Así que, sostenme la mirada, bigotudo, y miéntame los cubanismos que me corresponden: cherna, penca, pingadentro, bugarrón.

Greta sin garbo

Me inicié en lo del maquillaje camuflajeando los hematomas en ambos pómulos de mi mamá. Porque los varones de turno eran ambidiestros que no se limitaban al derechazo ritual. Además, estando en La Habana, la moda imponía ser zurdos y mi vieja hacía de pera de boxeo invocando el nocaut. Miami y Caracas apenas cambiaron el cuadrilátero. Nuevos machos maceraban su rostro de alfarera con nudillos de diverso grosor y consistencia articular. Quiromancia de la faz materna adobada con arrugas dispersas donde se acentuaban las líneas de un karma signado por incesantes intereses que remitían a un dios usurero, propietario de una patente de corso denominada “pecado” y encima “original”.

—¿Cuáles identidades figurarán en el expediente criminal de tus reencarnaciones, madre mía? ¿La Eva curiosa, vanguardista y herbívora que dialogaba con ofidios y precedía a Newton en su fascinación por las manzanas? ¿La María Magdalena que escuchaba y daba alegría a su cuerpo macareno, anticipando el éxito rotundo de la canción del verano?

Encarnaste a una Greta sin garbo cuyo sabio útero decidió parirme únicamente a mí –sin conciencia concebido– y colapsar en una hemorragia rugiente, eruptiva, de lobo feroz matrizfago ante el combo two-pack integrado por caperucitas coloradas & abuelitas desdentadas.

Opus gay(sic)

Perla, la voluminosa santera negra siempre ataviada de punta en blanco –ambulante tablero bípedo de ajedrez o damas chinas– te predijo una hembrita que, en tu vientre, debió metamorfosearse en mí: mero macho con un par de cojones y berridos que vedaron de su silencio habitual a los virtuosos vecinos de El Vedado.

No cuestiono, entonces, tus obsequios de muñecas barbys que adquirías con ánimo de coleccionista filatélico, mostrándomelas a través de la vitrina de celofán reforzado del empaque y aleccionándome sobre su pedigree. Regodeo extra merecían los accesorios de vestuario: chales, carteras, capas, coronas, cetros, sombreros, cofias, pelucas y postizos de cabello humano legítimo, bikinis de baño con sus toallas haciendo juego, ropa interior de encaje y pedrería, traje de novia con velo y bouquet, uniformes de enfermera y aeromoza, calzado de fiesta y zapatillas de ballet.

–Algún día valdrán una fortuna, hijo, ya lo verás.

Heredero universal de sus bienes e inspirado por el Frankenstein de Mary Shelley, las he rebautizado, versionado, pervertido, desnudado, magreado, intervenido quirúrgicamente, peluqueado y maquillado. Mi predilecta es la Barby Túrica con su indiferencia gélida y aspecto opiáceo. En honor a mi madre, creé la Barby Pugilista que noquea y sodomiza hermosos muñecos musculosos, soberbios especimenes masculinos a quienes desembarazo de las parafernalias militares que los deforman. Son mis soldaditos sin plomo, el balón de fútbol que jamás pateé, la ballesta que nunca apuntó a el fruto prohibido sobre la cabeza del hijo de Guillermo Tell.

Esta es la única indulgencia que me permito, a la que no tiene acceso Héctor ni nadie.

Venemicción

Enmarcado el título de bachiller en humanidades sobre el sofácama verde olivo en la salacomedor del apartamentico materno, me autoproclamé exento de las expectativas familiares. Mis 18 años recién festejados me otorgaban derecho a votar, optar por la licencia de manejar e inscribirme en el Ince, donde obtuve sucesivos diplomas de capacitación en peluquería, maquillaje y diseño textil.

La academia americana me permitió ahondar mis conocimientos y aptitudes en peinados, tintes y estilismo facial. Una pasantía en una empresa transnacional de cosméticos, con cursos obligatorios de idioma inglés, se transformó en una estadía de tres años, mientras tomaba talleres especializados de maquillaje artístico para teatro, cine y televisión. A la par, colaboraba en montajes escénicos universitarios y cortometrajes emergentes filmados en super-8.

Un avezado profesor de estilismo facial me propone que sea su asistente directo en el departamento de maquillaje de una de las tres estaciones privadas de televisión.

—Con mi recomendación y el plus de ser cubano, a ti te contratan inmediatamente en Venemicción.

Trabajaba turnos de doce horas, entre miércoles y domingo. Me olvidé de cualquier vanguardia cultural. Al comienzo sólo maquillaba gente de relleno y figurantes sin diálogo en las telenovelas, participantes en programas de concursos y bailarinas de tercera línea.

Pronto me ascendieron a maquillador de actores de reparto e invitados de los programas informativos y de opinión. Luego vinieron los musicales del miércoles con su cuerpo de baile. Años después, el programa maratónico de los sábados con sus cantantes nacionales. Un día se enferma Watson, el maquillador estrella de la cantante Lirma, “la principalísima” y me llaman de urgencia a su camerino, después de rechazar encolerizada las propuestas de Dalmerys y Victoralex. La apacigüé tarareando bajito su último álbum discográfico. Suavicé las ampulosas líneas de su rostro, destacando su mirada y “recortando” la percepción de su barbilla. Desde ese sábado 17 fui su “estilista oficial”, acompañándola en sus giras: Maracaibo, Porlamar, Barquisimeto, Valencia, Puerto Ordaz, Montevideo, Ciudad de México, Lima, San José, Panamá City, Bogotá y Miami.

Misseszuela

Lirma debuta en el concurso maratónico de belleza, ahora televisado a nivel nacional, y dependiente de una firma norteamericana que maneja espectáculos similares en medio mundo, incluyendo los certámenes de Miss Mundo Libre, donde no participa China, Cuba ni la Unión Soviética.

Diseño el maquillaje en total armonía con el vestido. “La Principalísima” destaca entre misses pintarrajeadas que desvirtúan su belleza de quince y veinte años menos que la cantante.

Cuando Lirma se presenta rodeada por las jóvenes participantes, Fermín Vieira, un gallego/cubano quien es el coreógrafo y productor musical del evento, entra en pánico ante el contraste evidente del make-up y propaga la voz de alarma. Durante la larga pausa publicitaria en la que los patrocinantes hacen fila para cacarear sus bondades, Fermín –así lo llama toda la tropa venemicciana– me aborda y ordena que “desmaquille” a la veintena de señoritas/belleza.

Principalísima protesta que yo soy “su” contratado a exclusividad y amenaza con no presentarse al gran cierre musical de la noche. Se materializa el mandamás de la franquicia (que en esa década se denominaba “licenciatario” en Venezuela). Rommel Roussa, sin palabras, extiende el contrato firmado por Lirma.

Desde entonces, Watson plagia deficitariamente mi maquillaje arquitectónico en la tez de la diva (cierto fablistán exquisito que firma semanalmente su columna en un prestigioso rotativo de circulación nacional certificada, equiparó mi labor estilística con el mismísimo Carlos Raúl Villanueva que proyectó la Ciudad Universitaria). Dalmerys y Victoralex, abrigados bajo mi voz de mando, me auxilian en la deconstrucción de los rostros aspirantes a personificar a Misseszuela.

En tu sismo me entusiasmo

En 1961, al salir de La Habana de nadie me despedí, sólo de un perrito chino que andaba detrás de mí, como el perrito era chino, un señor me lo compró por un poco de dinero y unas botas de charol, las botas se me rompieron y el dinero se acabó; ay, perrito de mi vida; ay, perrito de mi amor utilizamos a Miami como trampolín para anclarnos en Venezuela.

Yo, que soy tan olvidadizo para las fechas y siempre se me confunden, recuerdo perfectamente el 29 de julio de 1967 –en plena celebración de la Caracas Cuatricentenaria con Raúl Leoni de Presidente y su “doña Menca” enseñoreando la Fundación Del Niño– cuando el apartamentico de la avenida Baralt comenzó a bailar con el Avila, pegándosele demasiado el uno a la otra. Mis 21 años cumplidos no me salvaron del vértigo coreográfico que se debatía entre el bolero y la conga. La panorámica desde el piso diez exacerbaba el mareo musicalizado por agudos alaridos de mi madre. Un acontecimiento que superaba los ciclones habaneros que jamás me permitieron apreciar el vuelo libre de ninguna vaca.

Un año después, a sus tiernísimos 17, la venezolanita/checo/peruana Betty Pokk se coronaba Misseszuela. Niña prodigio que alternaba su bachillerato en colegio de monjas con clases de pintura al óleo y un repertorio pianístico en el que Mozart y Beethoven se peleaban entre ellos por ser “tocados”, acariciados por loliáceas yemitas dactilares decoradas con divinos diseños espirales apuntando, indicativamente, a Nabokov, recalcitrante ruso rojo sangre inundando los cuerpos esponjosos del miembro.

¿Quién se lo mete a la chica del diecisiete, quien se lo saca tocándose las maracas? canta Raquelita Ibáñez en las radioemisoras nacionales, sonriéndole –hencías hiperbólicas– al “Pollo” Aponte, compositor cotizado en pretérito.

París es una siesta

Pero la historia canalla de las misses cuenta con anécdotas más “picúas” (hablando en buen cubano). Pongamos orden cronológico, por favor.

1955- Caso Luisana Duisz
La decimonovenañera declara a la prensa del corazón en París, visiblemente trastornada por una gripe, que extraña las caraotas revueltas con espagueti. ¿Su hobby predilecto? ¡Echarse a reposar en un chinchorro! Y en un arranque a lo Pérez Bonalde (o Manuel Díaz Rodríguez, seguro está el infierno), la señorita belleza rechaza protagonizar una película mexicana, porque no ve el momento de “retornar a la patria” para aterrizar sus pupilas sobre la prensa nacional.

1976- Renuncia por amor a los helados
Elaiza Perozo, futura actriz telenovelesca en media Hispanoamérica, renuncia al Misseszuela por culpa de su novio barbudo. ¿El sabor favorito del postre congelado? ¡Celos! Los venezolanos agradecemos el gesto que impulsó a Edith Castillo (el rostro naturalmente hermoso que menos maquillaje correctivo ha necesitado en toda mi trayectoria de make up stylist) a finalista del Miss Orbe.

Decido obviar el recuento sucinto de chistosas erratas gastronómicas, literarias y musicales, amén de suicidios contemplativos de triángulos isósceles que empavaron la divina década de los ochenta, salpicándola de sordidez. I love to love you, baby, ayyyy, gemía Donna Summer, aquella soberbia muñeca canela oscura que los medios internacionales acusaban de ser, alternativamente, una transformista, un robot, un producto alemán o todas las anteriores. Su show en El Poliedro resultó delirante. Allí fue unánimemente proclamada soberana de la disco music por un multitudinario público “entendido” en el que abundaban fetichistas que la imitaban profesionalmente en La Cotorra y el ensordecedor Ice Palace (donde, aseguraba un amigo, primero te penetraban macluhianamente por el oído –martillo, yunque, lenticular y estribo denominábanse las estaciones del subterráneo– hasta pendulear de Foucault ).

Cambios de escena

Estrené mi “Make Up Lab”, así lo bautizó Rommel Roussa, en algún momento de 1972. Ubicado en la Mansión Misseszuela de la urbanización El Rosal, diagonal a otro templo, pero no de la belleza y ni siquiera de este mundo: la moderna iglesia pomposamente bautizada “inmaculado corazón de María”.

Expresado en términos hípicos, María Antonieta Campanelli ganó a sus contendientes por varias cabezas de distancia. Meses después se mudó fugazmente al soberbio apartamento dúplex del comediante que facturaba los honorarios más desproporcionados en el mundillo de la farándula creole. Nunca me sentí cómodo maquillándola y por ello me limité a desdramatizar sus facciones sin alterarlas.

Si en los años cincuenta el certamen se celebraba elitesco en el Valle Arriba Golf Club poblado por residencias consulares, el escenario se desplaza marcialmente al Círculo Militar; al extinto cine Altamira; al Teatro Municipal; al rumboso Poliedro y al exquisito Teresa Carreño. El espectáculo pasa de blanco y negro a full color en televisión nacional hasta retransmitirse vía satelital a otros países a los que también exportamos boxeadores, petróleo y beisbolistas.

Cámara de gases

Una maledicencia que adoro evocar es la de aquella añeja periodista aquejada de ego –musiúa ella y nada de miss– a quien me tocó empapelar de maquillaje funerario en sus pliegues del cuello y mejillas. Su emisión de entrevistas diarias se grababa en la más hiriente madrugada (ese lapso cronológico absurdo dudando entre lo temprano y lo tarde; parto prematuro de la jornada sin noticias del obstetra; eyaculación precoz de un rey sol incontinente sobre el traje oscuro de la virgen quinceañera; extremaunción profana de la noche insomne hipnotizando tropas de gerundios sonámbulos). La misia sufría de inamovilidad intestinal crónica que provocaba escapes chaplinescos e involuntarios de gases tóxicos. El personal técnico renegado por el resto de la planta le era asignado en escarmiento a “doña zorrilla”, viuda reincidente condenada, en público y en privado, al virtuosismo solista.

Miss Orbe

En mis quince años de cirugía spray sobre rostros de lienzo intacto, el azar me propinó un par de viajes a la olimpiada frívola. A finales de los setenta, en Australia, la venezolana fue seleccionada beldad urbi et orbi entre intensas polémicas (las apuestas favorecían a Miss Inglaterra) y un show accidentado al derrumbarse el escenario con varias concursantes heridas sin cicatrices.

Maldita belleza

Segundo periplo a Panamá. Bárbara Reyes se impone por unanimidad en este summum de 1986 y yo conozco a Héctor entre esclusas. Renuncio a Misseszuela y cometemos una asociación febrilmente estratégica que remonta, rebelde, el milenio.

Mi empresa soy yo

Del bachillerato en humanidades (Liceo Experimental Francisco Massiani), rescato el latín para nominar a mi empresa: C. A: Vanitatum,. asesoría de belleza. La alcaldesa me exclusiviza para “refrescar” su imagen. Lavado, engrase, planchado permanente, liposucción de tapicería, tratamiento anti-hongos, pulitura de la carrocería y emplomado del piso de granito. Soy una empresa de servicios que me podría anunciar, dominicalmente, en Extampax. Cuando se es una “ex- tampax” aterrizó la menopausia, bromeo con mis clientas.

La hez y el martillo

Así titula Eduardo Barba su musical “off mayámi” en el que Franco franquista y Fidel fidelista comparten infierno de carestías donde no hay fósforos ni combustibles fósiles para encender el fuego de las pailas. Hasta que se congela, pues, el averno. Focas tiernísimas y elegantes pingüinos les hacen compañía. Los caudillos juegan dominó cubano para entretenerse. Farsa musical que yo maquillo, rememorando mi vanguardia super-8 y mi única intervención en un largometraje, “La hora creole”, dirigido por mi compatriota barbado cuando aún vivía en Caracas, asalariado de Venemicción y freelanceando cortos publicitarios.

Favoritismo off the record

Tres décadas después debo decirlo (entrevistado por Tranquilino Josué Matta para un reportaje conmemorativo): la naturalidad de facciones de Edith Castillo me conmovió a iniciar una senda de “maquillaje zen” comparable al bonsái esencial que cultivaba un Saint Exúpery inédito.

Planos medios me dispara el fotógrafo de prensa ante etnias de galardones de farándula que invaden la pared de mi cocina: maras de oro; guaicaipuros de plata; yanomamis de bronce.

¡ Bórrate, Picasso !

Sueño recurrente con Noé navegando el Guaire, justo a la altura de mi pent-house en Bello Monte, arqueado de misses cubistas.

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