Los
desnudos de Spencer Tunick en Caracas lo terminaron de enloquecer. Claro que mi
novio y yo, como cualquier pareja, ya habíamos protagonizado los habituales videos
y fotos porno. El, comiéndomela. Yo, lengüeteándoselo. Ambos atornillados con
variantes incómodas y jadeos hiperbólicos que vociferaban nuestra condición de
cineastas amateurs. Corridas limitadas al pudor de moteles económicos donde los
encargados ignoraban la decrepitud hiperdecibélica de nuestro jurásico Hornet
rojo carmín desteñido 440 SST (pero con aire acondicionado; mp3 tóxico;
dirección hidráulica y frenos de potencia).
—Si
este anglo logra empelotar a la gente en medio planeta, viajar con gastos pagos
y encima vivir de tanto culo al aire y ajeno, yo lo voy a superar.
Carlos
me convenció. Porque si a mis 23 años no me desnudo y exhibo lo que es mío,
¿entonces cuándo? Mis senos grandes con pezones pequeños apuntan en
contrapicado; mi pubis poblado de césped oscuro soporta un close-up sostenido y
mis nalgas de pera disparan suspiros de las miradas en zoom que me acompañan
cientos de taconeos.
¿Existe
alguna locación más ambiciosa que el Metro, voyeurísticamente hablando?
El
primo segundo de una colega que trabaja de operario en el subsuelo, nos sugirió
el momento de menor riesgo: a última hora de la noche del domingo en el
trayecto Ciudad Universitaria-El Valle. Durante varios periplos de ida y
vuelta, en un vagón desnudo de pasajeros, documentamos nuestra rutina sexual
–con el agregado de acrobacias inéditas, auxiliados por los tubos de aluminio y
agarraderas plásticas, escenografía que nos proporcionaba, sin costo adicional,
el sistema subterráneo de transporte masivo que impuso un nuevo y riguroso
protocolo de conducta en el caraqueño–.
Enseguida
reservamos un dominio en la web y colgamos las fotos y videos: 3w.quesejodatunick.com,
registrando un record de visitas en tan breve lapso de tiempo.
Ah,
se me olvidaba acotar que Carlos y yo usamos máscaras del carnaval de Venecia
para impedir nuestra identificación. El Metro incrementó sus medidas de
seguridad y quienes intentaron remedarnos fueron capturados, siendo decomisadas
sus cámaras digitales bajo amenaza de emprender acciones legales en su contra.
Optamos
entonces por el teleférico, de día y entre semana, peleándonos con el contraluz
que transpiraba el verdor tan próximo y la urbe desplegándose, allá abajo,
acostada. Nos desencantamos con escaleras mecánicas, taxis y ascensores.
Probamos ferrys y vuelos nacionales. Los visitantes de nuestra página web nos
desafiaban siempre a más.
En
moneda foránea, of course, subastamos locaciones.
Los
cines del Sambil un lunes popular ocupaban lo más bajo del ranking. Seguía el
zoológico de Caricuao, frente a la jaula de los elefantes que se excitaban
alzando sus trompas en complicidad darwiniana. Se cotizaba apenas algo mejor la
montaña rusa del parque mecánico de atracciones en Los Ilustres o la tribuna de
propietarios del Hipódromo La Rinconada. La taquilla inhóspita del Peaje
Caracas-La Guaira. El Aula Magna en plena graduación de titulados en desempleo
o infracontratados por el estado.
Accediendo
a exigencias culturales de nuestros mecenas digitales, invadimos con nuestros
cuerpos desvestidos la sede de la Biblioteca Nacional; copulamos ante los
lienzos propiciatorios de Reverón en el Museo de Arte Contemporáneo;
silenciamos nuestros gemidos durante el concierto dominical de la sinfónica en
la sala José Félix Ribas del Teresa Carreño; nos penetramos, cinéticos, ante el
mural de Cruz Diez; anclamos la balandra del deseo en el estanque de la plaza
de Las 3 Gracias, mojándonos los pies, mirándonos las estatuas…
Reclutamos
cómplices que auxiliaban nuestras huidas. Entre ellos, el chofer y personal
paramédico de una ambulancia de Rescarven. También: carrozas funerarias,
patrullas policiales y camión de bomberos. Medios de locomoción que,
iconográficamente, usufructuamos. Uniformes incluidos como parte de la
parafernalia.
Bizarreamos
nuestro estilo en sillas odontológicas y ginecológicas; mesas de operaciones en
quirófanos sépticos y destartalados; mataderos industriales en el eje
industrial de Cagua; camillas de autopsia en la morgue de Bello Monte;
Cementerio General del Sur, operativos de cedulación y registro electoral;
declaraciones de impuestos en la oficina del Seniat.
En
la onda del camuflaje, pero al revés, “tomamos” áreas de seguridad e
instalaciones militares. Conejo Blanco. Fuerte Tiuna. Base aérea de Maracay. El
depósito de Cavim donde el pene henchido de Carlos se minimiza en
contraposición al promisorio arsenal de misiles verazmente fálicos (comprendí,
al fin, y asumí como cosa mía la “envidia del pene” que mientan los
psicoanalistas).
Terminales
de autobuses, aeropuertos, supermercados, parques y plazas públicas hacen que
nuestros web-visiters bostecen. Y se desconecten. Recorremos el país,
parafraseando aquel legendario eslogan turístico: “Venezuela puya”. Desnudos
pasando el Lago de Maracaibo. Erección frente el Obelisco larense. Tirando y tiritando
en pleno páramo (rememoré a Rulfo y su “Pedro Páramo”, pero prescindí
precavidamente del paralelismo paraliterario). ¿Salto, ángel? Polvo y arena
falconianos. Buceando en Los Roques. Y nada. Peor que nada. Saldo cero en
nuestras divisas y visas expiradas. Cancelamos el dominio y desaparecimos en el
ciberéter.
A
la sombra de tanta intemperie en el apartamentito alquilado, Carlos contacta,
vía internet, a un agente de viajes escandinavo que solicita “turismo de
aventura urbana, arriesgado, consensual, estrictamente para adultos”. ¿Quién me
diría que Dan Brown, a través de un ejemplar mercadeado por buhoneros de su
“Código Da Vinci”, me inspiraría a inventarme la clave que nos permite
renunciar a la carestía?
El
enunciado de la fórmula resulta más o menos así: turismo con bizarra excusa
temática + escandinavos escalda2 por el sol tropical y escandaliza2 por un buen
par de nalgas adosadas a unas Kderas que “e pur si muoven” + sus propios culos
pálidos esbozando un vivísimo claroscuro + euros & peos naif &
desinhibidos + actos nefandos + intoxicación húmeda & caribeña de cualquier
clase de fluidos corporales + intelectualización antifundamentalista = 3w.desnu-2-k-rac-ass-sin-city-tour.com
Arrancamos
en Semana Santa con una docena de apostatas ataviados únicamente con sus
túnicas de nazarenos y zapatos deportivos. Carlos y yo, devenidos en guías
turísticos “facilitamos
una vivencia iconoclasta y sensual a nuestros huéspedes, en un auténtico viaje
interior, una odisea perversa hacia el yo más recóndito, que entremezcla
pecado, misticismo, fetichismo y erudición; es la antesala al averno donde se
inflamarán nuestras pasiones, iluminándonos” (banners
en la web dixit).
Day one
Sin
exclusión de doctrinas ni credos, nuestro primer tour se inicia en la iglesia
anglicana de la urbanización San Román con los retratos desnudos de rigor
(alzándose la túnica en el momento inicial para mostrar parcialmente los
genitales hasta alcanzar el paroxismo corriendo con el manto violeta a la
usanza de una capucha coronando la cabeza).
La
minivan ahora enfila hacia el templo evangélico haitiano de La Vega. Varios me
comentan su expectativa truncada de asistir a algún tipo de rito vudú con
presencia de zombies. Un par de mulatas vistosísimas, contratadas a la sazón
por Carlos –tras un exhaustivo proceso de casting– devuelve la fe a los
descreídos, relampagueo de caderas y tambores mediante.
Open
bar de cerveza light en el trayecto.
La
tercera estación es la iglesia de dios pentecostal de Venezuela en la populosa
Prado de María, donde se comulga con ron aniversario y minitortas de casabe.
El
listado sigue con la congregación rusa ortodoxa en Alta Vista. Iniciativas de
coito y breve brindis con vodka a temperatura ambiente.
Rumbo
a nuestro próximo destino, Carlos –oportunísimo– reparte bolsas impermeables
para alojar vómitos. Descubrimos, encantados, que funcionan en casos de
incontinencia urinaria.
Quinta
parada: la caridad del cobre en Santa Paula. Escenario escogido para el video
ceremonial con escenificaciones de naufragios en trajes de baño de colores
altisonantes que les vendemos a los interesados.
Al
aire libre, Buffet all you can eat de empanaditas de cazón y demás delicateses
creole, regadas por gatorade y otras bebidas energéticas.
Penúltimo
stop en los santos ángeles custodios de Lomas de Urdaneta, con una vista
privilegiada de la Caracas by night. El viagra y demás sustancias psicoactivas
repartidas en la minivan hacen efecto y los doce templarios, con el par de alas
plumíferas que le hemos asignado a cada uno, emprenden una coreografía obscena
y errática del temple que culmina en convulsiones de gozo extraviado y
estrábico.
Suspendida,
por extenuación manifiesta de los participantes, visita programada al séptimo
templo.
Regreso
a la pensión en La Pastora.
Day two
Jornada
de ayuno y reflexión para expiar pecados.
En
nuestra exclusiva boutique “Oh, pus dei”, puede adquirir el kit
de autocastigo, consistente en látigos de punta gruesa y fina; la pulsera
identificativa de alambre de púas y el cilicio de espinas cardonianas,
eficientemente ponzoñosas.
“Sin
infección, no hay perdón que valga”
Day three
A
esta jornada le otorgamos un matiz histórico. Empezamos, al fracturar el alba,
presentándoles nuestra majestad gastronómica: la reina pepeada. Los
escandinavos deliraron con el manjar de harina precocida de maíz que inhibe la
correcta metabolización del hierro en la sangre (“de ahí, señores, nuestra
proverbial anemia constitutiva que se traduce en una desnutrición generalizada
y ausencia de hemoglobina”), el pollo desmenuzado, el
colesterol maloso de la mayonesa y el aguacate.
—Café
guayoyo, wayoyo, wachollo –repetían extasiados, solicitando más cafeína
desteñida, edulcorada con papelón, para fluidificar el bolo alimenticio que
pronto alcanzaba sus estómagos infla(ma)dos, a puntito de
fffffffffffffffffffffffffffffffffffflatulencia (y ello sin la premeditación ni
la alevosía de las caraotas negras o la chicha que fermenta y ebulliciona cual
volcán boca abajo, escatológico y peorro, del que no se salvan ni los ciudadanos
del primer mundo con pasaporte europeo; gracias, pues a ese mismitico sufijo:
“peo”, sí, que nos iguala a todos o el sufijo “ano” de nuestro gentilicio, a
imagen y semejanza de cualquier ”hum-ano” que se acuclilla para excretar lo que
al cuerpo ya le sobra, en la justa y soberana ejercitación de su santo
o(ri)ficio.
Del
siglo XVI data la catedral metropolitana de Caracas, entre las esquinas de
Torres y Madrices. “Aquí destacan –recita Carlos– el retablo de la sacristía
manufacturado por Juan Francisco de León Quintana y el famoso lienzo “La última
cena”, pintado por nuestro gran Arturo Michelena, además de obras firmadas por
Juan Pedro López y Francisco de Lerma”.
Tan
cerquitica de allí que vamos caminando se encuentra la iglesia de Altagracia,
“en la esquina homónima, digna representante de la centuria diecisiete y
sobreviviente, por la gracia divina, de los terremotos de 1812, 1967 y los
movimientos telúricos que se atrevan a confrontar, en nuestro tercer milenio,
su magnífica arquitectura que privilegia la horizontalidad de sus dimensiones”.
El
siglo dieciocho nos agarra en El Hatillo, bajo los doce metros de altura de la
torre de la iglesia de santa Rosalía de Palermo. Chocolate con churros endulzan
la frontera última del mediodía y salpican las sudorosas túnicas nazarenas de
los europeos encandilados.
Paradójicamente,
en plena esquina de Jesuitas, se ubica el templo masón de Caracas, “monumento
histórico de la nación –les suelta Carlos, con cara de circunstancia–
arquitecturado por Juan Hurtado Manrique, según cánones de simbología masónica,
en armonía, sí, con el más exquisito estilo neoclásico. Purito siglo
diecinueve, como quien dice, cuando estaban cambiando las cosas”.
A
falta de Vaticano, el clon de la basílica de San Pedro que se erige, exactamente,
desde aquel lejano 29 de junio de 1959 en Los Chaguaramos, afiebró la vocación
sacrílega de la tropa nórdica candidata a ser excomulgada de toda afiliación
religiosa. Las estatuas exteriores del santo Pietro y resto de apóstoles,
iluminadas por modernos faros halógenos al pie del alto techo, regalaba cierto
aire espectral a la medianoche nublada y sin luna. Iconos tamaño natural de
vírgenes inmencionables resultaron profanadas en sus naves laterales, por
turbias oleadas seminales de falsos seminaristas lascivos y balanos purpurados.
Day 4x4
Subida
a Galipán en rústico. Bajada a La Guaira. Lástima que ya no exista la casa de
Reverón. Cocadas y golfeados con queso de mano. Loción de zábila para la
insolación en pliegues corporales desacostumbrados a la helioexposición.
Day five
Santuario
nacional expiatorio en la esquina de Glorieta. “Neogótico full heavy con
maquillaje de triforios, arbotantes, presbiterios, gabletes, rosetones, ah, y
arcos ojivales característicos de la edificación que rompe radicalmente con la
arquitectura del entorno, conquistando y definiendo su propio espacio” (cuando
Carlitos habla así, como sabiendo lo que dice, automáticamente empapo mis
pantys).
La
united christian church, en la sinuosa calle Arboleda de la urbanización El
Bosque, “mejor conocida como la iglesia verde o el templo vegetal, dado el
profuso follaje que la cubre y adorna cual manto virginal, ostenta en su
interior vitrales importados de Austria que ilustran escenas bíblicas”.
Tras
las empanadas de dominó en la avenida Andrés Bello, nos plantamos frente a la
sinagoga de Caracas en Quebrada Honda. “Arquitectura expresionista concebida
por un par de proyectistas catalanes empeñados en establecer una forzada
complicidad entre la torre y la galería central. Desde su inauguración en 1963,
sus paredes externas han sido frecuente objeto del deseo de los grafiteros que
esparcen su arte en spray sobre los testigos mudos que son ellas; o sea, las
paredes sinagoguianas”.
Al
anochecer, ahítos de barricas de rhumorange con hielo frapé y 100% jugo de
naranja, escenografiamos –en un excolegio de monjas fogadeado– un “convento de
ampulosas meretrices de la pasión irredimible”. Se trataba de un six-pack de
putas onerosas, disfrazadas de monjas, que lujuriaron a la audiencia escandinava
hasta el piadoso ruego de receso.
Day six, sex day
Apoltronados
en un rancio caserón de la urbanización El Paraíso, les montamos una misa negra
vudúcaribeña con aires del “Wide shut eyes” stanleykubriano. Las casquivanas de
ayer trastocaron sus hábitos de monjas por el cuero negro de feroces
dominatrices armadas de látigos, instrumentos de tortura y potros
inquisitoriales de madera. Sacrificamos un trío de cacareantes gallinas blancas
sobre un altar improvisado que posteriormente se usó de plataforma copulativa
manchada con toda la gama del rojo. Vino tinto de mucho cuerpo, áspero por
exceso de tanino, fue servido en un cáliz ceremonial que pasaba de labios
mayores a labios menores –lipstick incluido– y viceversa.
Seven day, cloud nine
Exentos
de gozadera, dispuestos a reencontrar la lucidez y la calma, los animamos a
participar de un “rally sancta sanctorum” que recorría, a la caza de claves,
siete templos: la misión católica de habla alemana en La Trinidad; la iglesia
cristiana del Centro Plaza en Los Palos Grandes; la sinagoga lubavitch en San
Bernardino; la christ world misión en Los Caobos; la sociedad luterana en
Colinas de Bello Monte; la congregación adventista del séptimo día en Los
Chorros, culminando en el templo armenio gregoriano en La Florida.
Fue
un seven day de cristalino seven up que burbujeaba la conciencia iluminada de
los escandinavos extraviados en este infierno tercermundista.
The long good bye & take the long way home
Cena
formal de despedida en el hotel Humboldt, teleférico mediante. Minivan de
madrugada al aeropuerto, vía carretera vieja. Vuelo charter de regreso con
escala en Toronto.
Descolga-2
Si
Leonardo (¿o era Miguelángel?) perseguían en sus contemporáneos las medidas
antropomórficas perfectas, yo me sorprendo ahora con la inexactitud o asimetría
de los desnudos escandinavos que preservo, atestando los 80 gigabytes del disco
duro: ningún testículo cuelga a la par (ni equipara las medidas volumétricas)
de su compañero; cualquier calidad de vello púbico es preferible a su ausencia
depilatoria; hay prepucios que me remiten a la imagen del oso hormiguero
alimentándose; sobre la irregularidad del grado de inclinación de las
erecciones debería redactarse un tratado de bioingeniería que contribuiría
notablemente al diseño/elaboración de prótesis fálicas y juguetes sexuales
(observaciones que asumo, acariciando la idea del próximo negocio: un sex mall,
sin discriminación de transgénero ni número, con departamentos temáticos
especializados).
Jubilados
de tanta charlatanería desfachatada, Carlos y yo ahora cobramos por “descolgar”
de internet las fotos y videos incriminatorios de los ciudadanos nórdicos que
esquilmamos. Gracias a los escrúpulos que todavía conservamos (en realidad,
para librarnos de cualquier hipotética mala “vibra” que decida tomar revancha
aquejándonos), fijamos tarifas demasiado solidarias.
Fiel
a sí mismo, aún nos transporta el viejo Hornet rojo que suicida su pintura,
dotado recientemente de poderoso MP4.
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