"Siempre es un alivio que mis personajes puedan darse el lujo de enloquecer por mí"
(Javier Miranda-Luque)

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esto es un portal de NARRATIVA, integrado por un conjunto de relatos que se van agregando sin periodicidad alguna.

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Razón y emoción avanzan de la mano. Cuando una sonrisa emerge, responde al estímulo del optimismo justificado. Por eso digo que yo no soy simpático, sino eficiente. Hago lo que debo hacer y estoy donde debo estar, puntual y oportunamente. No pierdo tiempo abrazando electores ni cenando con ellos. Pero yo estoy permanentemente en contacto y participo, eso sí, en conferencias interactivas donde todos expresamos nuestras opiniones. No pretendo convencer a nadie, ni hacerle cambiar sus ideas. Yo no ejerzo el vicio barato y recalcitrante del proselitismo. No compro votos, conciencias ni fidelidades mediante promesas vacías impresas en globos, pancartas y franelas que aúllan su precariedad y mal gusto. Tampoco apelo al ruidoso infierno de la demagogia con sus cancioncitas repetitivas que desprecian el entendimiento de la gente. A mí me interesa conocer el pensamiento de los demás y comunicar el mío propio. Privilegio la claridad y la brevedad del discurso. Así, pues, en respeto al tiempo de quienes me otorgan su atención, propongo, en concreto, el establecimiento de una asociación de “indivilectuales” (la vistosa letra “i” elevada al cuadrado que ostenta nuestro logotipo). Una empatía de individuos, sí, que, ejerciendo libremente el poder de su intelecto, establezcan y consoliden una libérrima adición de personas con rostros e identidades inequívocas que interactúen en pro de intereses comunes, en términos de absoluta reciprocidad, equidad y desarrollo sustentable. Deseo validar, no menos, la multiplicidad de criterios divergentes que, sin embargo, coinciden en torno a la impostergable precisión de valores definitivos. Se trata, ahora y aquí, de establecer prioridades y racionalizar habilidades, conocimientos, destrezas y herramientas para el logro de lo esencial y descartar, de una buena vez, lo fatuo, lo banal, lo frívolo, lo prescindible. Porque la mente, el cerebro no suda y yo propongo, por tanto, enarbolar nuestro raciocinio. Tenemos el derecho de potenciar el pensamiento generador de pensamientos. Nosotros estamos preñados de ideas fértiles que contienen el germen de lo grandioso, de lo posible, de lo plausible. Nuestros sueños no nos engañan y debemos perseguirlos. ¿Por qué, entonces, no sustituir las canchas deportivas, los gimnasios y coliseos por bibliotecas impresas y virtuales, auténticos centros multidisciplinarios donde acceder al saber universal de todos los tiempos? ¿Por qué cerrar las puertas de teatros y museos y limitar el gozo, el disfrute, la plenitud, el placer de las artes a espacios circunscritos por paredes y techos? ¡Saquemos de paseo la inteligencia! ¡Hagamos que nuestras ciudades se acostumbran a la belleza! ¡Que la literatura inunde las calles, que las estatuas se muevan entre los transeúntes! ¡Disfrutemos de sesiones continuas de cine y conciertos que distraigan de su trayectoria a los infinitos cuerpos celestes! ¡Convirtámonos en atletas, no en púgiles ni competidores, sino en practicantes, ejercitadores, maratonistas, ciclistas, bailarines, cantantes, pintores del pensamiento! ¿Es que acaso, en nuestra era, nos está negado el Renacimiento? ¿Es que la barbarie nos ha embobado, nos ha banalizado, nos ha provocado una especie de autismo, de letargo, de parálisis cerebral que nos vuelve incapaces de decidir, de elegir, de seleccionar tan sólo lo que nos conviene y rescata de la más burda e impía cotidianidad? Y escúchenme bien, porque yo no reniego ni por un momento de la riqueza variopinta de la vida de todos los días. Ya que en la más efímera y repetitiva cotidianidad, en esos gestos aparentemente minúsculos y desprovistos de trascendencia, reside la épica, la ilíada y la odisea, el summum y el éxtasis de la existencia. Esa rutina que nos cobija y reconforta. Esos hábitos conocidos que nos afianzan en el tránsito vital que ocupan la mayor parte de nuestro tiempo, haciendo que nos olvidemos de pensar, de reflexionar, de valorarnos a nosotros mismos, nuestro potencial, nuestro talento, nuestras ideas que han enmudecido o que se ocultan o duermen oxidándose, adheridas a las circunvoluciones más remotas de nuestros cerebros. Los invito a desterrar la medianía hasta del diccionario. La estandarización nos minimiza. La uniformidad atenta contra nuestra dignidad personal. Si me excusan la desfachatez, me atrevo a decir que apenas estoy articulando, estructurando en palabras tangibles, el pensamiento de mis receptores. Mi voz pretende ser la inquietante y molesta alarma de un reloj despertador, la sirena de un camión de bomberos, el zumbido de un mosquito en el pabellón de su oreja. Y créanme cuando les digo que voy a obtener de ustedes algún tipo de reacción, de confrontación, de cuestionamiento, de respuesta. Empuñen, pues, sus computadoras y accedan a esta convocatoria que nos reclama. Los desafío a que se sumen, a que rebatan mis convicciones, a que combatan mis conceptos con el filo de sus propias ideas, con el calibre de su ingenio, con el esbozo detallista y la simulación vívida de sus particulares utopías. Pensar en voz alta es saludable, compartir ideales reconcilia. Y en la conciliación de voluntades diversas radica lo auspicioso de nuestra ideología. Una ideología en armonía con el entorno, con los múltiples ecosistemas que conviven justificándose unos a otros, convirtiendo en sinónimos mismidad y otredad, propio y ajeno, humanidad y naturaleza. Insisto en que me encuentro permanentemente en red, alerta, atento, accesible al clamor de la inteligencia. Aspiro adversarios de talla más grande que la mía para superar, optimizar, enriquecer o derribar este proyecto latente que vive reformulándose a sí mismo, magnificándose en perspectiva, elevándose –exponencialmente– a inconmensurables potencias, desde la conciencia infinita, no excluyente, de lo perfectible.

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