No logro dar con ella.
Puede usar desde la fecha de nacimiento de los brotes más augustos de su árbol
genealógico hasta los apelativos almibarados con los que nombra a ambas hijas.
El apodo del gato andrógino y ojos de distinto color que me remonta a David
Bowie, Alice Cooper, Boy George, los tres juntos mezclados en una licuadora y
sus cromosomas clonados por las filosas aspas de acero inoxidable que granizan
y despedazan sin discriminar la solidez de las texturas. Sus autores
recalcitrantes (el ermitaño gringo que no publica sus manuscritos, aunque
habría que ver si realmente ha vuelto a escribir algo legible después de
aquella única y prescindible novela sobre el centeno o ese oscuro cultor de la
novela negra originario de alguna fría república socialista exsoviética).
Cócteles de letras y números. Al derecho y vistas en el espejo, como los
rótulos de “AMBULANCIA” que aprecias en el
retrovisor imprecando su escandalosa urgencia. Nada. Gesto inútil. Tarea
incompleta. Su password de internet no se me da. No se deja. Es mujer que se me
niega. Tengo un listado de 156 posibilidades. La mitad ya desechada en intentos
previos. Nunca más de dos seguidos para evitar despertar los sistemas de alarma
del servidor que pueden invalidar el buzón de correo y ponerme en evidencia. Just 2 and are you shore do you want to quit? Me impaciento por
radiografiar sus enigmas. Con quién se escribe. Qué le manifiestan. Nadie es
inobjetable. ¿Dónde oculta sus
calaveras, de qué talla? Voy a capturar su privacía y represarla. Reproduciré
sus archivos. Intervendré sus comunicaciones digitales. Sustanciaré el
expediente de sus delitos ínfimos. Intimidad inexcusable. Tanto como
amedrentarle en el sanitario. Esculcar sus micciones y demás desechos
orgánicos. Revolver sus tarros de basura en procura de evidencias
incriminatorias. Algo notorio finalmente devendrá público. Ropa sucia
desmanchada en casa a fuerza de cloro y cepillo, lejía y gruesos guantes
plásticos. Domesticidad pecaminosa que se demora en el lar. Se encapricha en los
dormitorios. Se voyeuriza en las pantallas rectangulares de los televisores que
exhiben existencias impropias. Pereza que inmoviliza aletargando los
movimientos y alojando la inercia. El lujo incosteable de la lujuria, vestida
de pieles ajenas coleccionables que se adosan a la praxis bélica. Gula obesa,
ob(s)es(iv)a, nutriéndose de manjares imaginados exclusivamente por gourmets
con hiperactividad creativa. Soberbia, debilidad del carácter, emparentada con
la autoestima –en su polo positivo– y los más rústicos mecanismos de
supervivencia. Avaricia de vieja roñosa
con urticaria en los bolsillos, numismática compulsión contable magreadora de
aritméticas. Ira trastornada en furia de los sentidos, tempestad de bravuconadas
meteorológicas que arrasan cuerpos y espíritus, si cupiesen diferenciaciones al
respecto. Envidia que carcome, ácido
biliar que circula por venas y arterias intoxicando el cerebro, combustible
vital de altísimo octanaje que motoriza el avatar de las civilizaciones.
Invoco la historia en busca
de tus abstenciones, adulterios, afrentas, agravios, alevosías, anatemas,
apetencias, apostasías, arrebatos, autoindulgencias, azares, blasfemias,
brujerías, cinismos, complots, contranáturas, debilidades, delaciones,
desfalcos, deslealtades, desprecios, difamaciones, dudas, embustes, envites,
escepticismos, excesos, fetiches, frivolidades, hechicerías, herejías,
ignominias, impromptus, injurias, incredulidades, infamias, irreverencias,
intolerancias, maldiciones, maquinaciones, mezquindades, miserias, nefandos,
nihilismos, omisiones, ostentaciones, plagios, premeditaciones, réplicas,
sabotajes, sarcasmos, sodomías, supersticiones, traiciones, usuras, vanidades,
venganzas, vilezas, zurras.
Consulto libros sagrados
que me ilustren en cuanto a tus desaires y desafíos a dioses de diversos alias,
deidades negadas a la caducidad impresa en su iconografía, con letras
minúsculas (si acaso 3 puntos tipográficos), que ni los abogados perciben,
dotados como están de ese enésimo sentido de la trampa que comparten con
rapaces y escorpiones. Tablas de la ley, códices, tesauros, biblias,
catecismos, coranes, cábalas y toráhs, misales y credos, no me aportan claves
para tu destronamiento.
Sumariamente te condeno.
Consúmete en la inquisición de mi hoguera. Pero antes confiesa tus atrocidades
humanas. Asume tu carne y huesos. Sólo para ti soy Torquemada. Húndete conmigo
en la pasión espesa del oscurantismo. Te invito a la Iberia profunda de la edad
media. Deseo acostarte en la mesa de torturas. Azotarte con el cilicio. Flagelar
tus muslos. Marcar mi escudo heráldico en tu espalda y oler tu piel inflamada.
Por mí desnudarás tu sangre en estilizado filigrana de cotizado diseño. Serás
el prototipo al que aspiran los cultores de las antiquísimas tendencias de
Sade, hoy proclamadas “body modification”, una neo-especie de metamorfoseados
ignorantes de Kafka, legión de penitentes anatómicos transmutando dolor en
arte, agonía en virtuosismo, cicatrices en señas de identidad personal e
intransferible, impostura en exhibicionismo de porno duro con el sexo
anestesiado por los efluvios estupefacientes del ego (me rebano, luego existo).
Adversarios de su empaque fisiológico, se ensañan cauterizando su impaciencia,
vapuleando el establishment de los tejidos, devastando conceptos estéticos de
simetría y equivalencia.
Repulsiones matizadas por
los ojos que te evitan. Campo de concentración ambulatorio con implante de
alambre de púas y cerco eléctrico. Eres tótem del porvenir patibulario. Tatuada
tu corteza con el look Marilyn Manson. Revival esperpéntico.
Registro numerosos correos
electrónicos a tu-nombre@e-mail.com Te
asigno la clave “martirio”. Con ella te acceso. Envío mensajes suscritos
por ti. Te invento una vida en los márgenes. Bordeas riesgos sin exponerte.
Rozas el ardor del anonimato inscrito en nicknames. Chateas con personajes
siniestros que rivalizan tu arrojo. Autor negro, te ficciono sin más
gratificación que el onanismo dactilar. Me desdoblo y adopto tu voz en tiempo
real. Me atrevo a tanto bajo tu identidad. El orbe es un teclado que manejas a
golpe de red. No reprimas tus instintos. Redirecciónalos. Sobran destinatarios
al acecho. Insomnes cibernéticos que juegan solitario. La clandestinidad se
disfraza de bufones, monarcas, ahorcados. Billones de naipes a la vez.
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